Día 30

Tendría que olvidar su existencia de inconfesables muertes nocturnas. Necesitaba conciliar su interior sangriento con su exterior divino. Ya no podía asesinarse al despertar cuando las olas oníricas la descontrolaban.

Día 29

Las horas pasan y el murciélago sigue revoloteando en la ventana. Su chillido marca su presencia en la noche y su insistencia en la persiana implica una idea persistente que tiene que ser liberada del cerebro y expandirse.

Día 28

Siento los pasos que se acercan y me avisan que mi final está por desencadenarse.
La cabeza gira desorientada. Los pensamientos y los recuerdos se escapan de las neuronas. El piso se mancha con sangre.

Día 27

El silencio apagó el sonido de las furias que sobrevolaban la ciudad desierta. Sentada bajo la escalera contemplaba las sombras siniestras que se desplazaban sobre el suelo.

Día 26

Los hombres se ciegan en luchas infernales, donde la esquirla se clava en la carne de alguien o cercena su cabeza y los despojos que quedan se convierten en carroña o son vestigios que sepultamos en los trenes.

Día 25

Se retuercen las migajas de un pan comido por envidia. Sangra la harina chamuscada por cada veneno inyectado. Y se desayuna el muerto con sus gusanos.

Día 24

El hombre se tiró en el sofá con las piernas extendidas. Había dejado caer su saco a un costado. Levantó su mano derecha que sostenía un arma y disparó.

Día 23

El sueño bate las puertas del castillo y las miserias del afuera se desparraman como un ejército enfurecido.

Día 22

Las nubes se deslizan hacia la tierra en una compacta forma asesina.

Día 21

Miró por la ventana y la niebla cargada con un olor denso que ingresaba por la garganta y la quemaba comenzó a oscurecer su mundo interno. Se sentía invadida por seres furiosos que no tenían conciencia ni moralidad, cuyo único mandato era la avaricia. Sus monedas diseminadas en las rutas cobraron su peaje de muerte: miradas sin ojos, cuerpos sin piernas, almas sin vida.

Día 20

El gato negro estaba sentado en el escritorio. Su cuerpo formaba un triángulo perfecto, mientras su lengua lamía una de sus patas delanteras para, seguidamente, pasársela por la cabeza. Un poco más cerca podía escucharse el ronronear que producía. Y un poco más lejos podía observarse la cabeza apoyada sobre los papeles manchados de sangre.

Día 19

Llovía sobre la ciudad. Era un momento de tensión y hastío. Monotonía que chirriaba en las evoluciones ferroviarias hasta que el cuerpo cayó desvencijado sobre los durmientes.

Día 18

La patética luna se teñía de rojo, mientras Salomé obtenía su trofeo carnal. Llevando la bandeja en sus manos, se dirigió hacia sus aposentos y la colocó sobre la mesa. Se agachó para mirar la cabeza de Juan. Y ante esos ojos vidriosos, comenzó a excitarse.

Día 17

La lengua se le había atorado, ya no sabía qué decir. Su elemento locuaz había quedado paralizado en medio de su boca, duro, inexpresivo. Tendría que expresarse con sus manos.
Se acercó con suavidad, tomó su cuello como si fuera a hacer una caricia y lo aprisionó con sus dedos, con sus palmas, con todas sus fuerzas hasta que la cara quedó azulada y los gorjeos desaparecieron.

Día 16

La copa se rompió ante la presión que le imprimió su mano. No había esperado ese comentario y tuvo que frenarse para no enterrársela en los ojos. Seguía impávido, mirando con cara de orangután descerebrado.

Día 15

Todo el tiempo sentía su presencia. Al principio sólo era una sensación. Tenía la impresión de que alguien la estaba mirando. Luego comenzó a escuchar pasos detrás suyo, pero cuando se daba vuelta, no podía precisar el origen del sonido. Al tiempo la situación empeoró. En medio de sus sueños presentía un roce, un aliento, un contacto... se despertaba con los latidos acelerados y tardaba en poder tranquilizarse. Por eso nunca pudieron establecer las causas de su muerte.

Día 14

Los cuerpos mutilados sobre pastizales quemados confirieron el justificativo que necesitaban. La gente salió a la calle movilizada por intereses ajenos: prendió fuego edificios, destruyó autos y, finalmente, comenzó a disparar contra los otros. Las madres apuñalaban a sus hijos con la cuchilla con la que estaban haciendo la comida. Un compañero de trabajo le aplastaba la cabeza a otro con el monitor de su escritorio. La mano izquierda reventaba el ojo izquierdo. Y así los muertos caminaban por la calle sin pensar.

Día 13

No se acordaba qué había hecho la noche anterior. Sentía los músculos ateridos, las manos dormidas y la cabeza le latía con resonancia. Algunas imágenes comenzaron a deslizarse hacia su conciencia. El rojo impregnaba las sensaciones. Las formas que aparecían eran cuerpos aglutinados. Un dolor se introdujo en tu torso, se miró, tenía toda su ropa manchada.

Día 12

El serpentario había perdido una serpiente. Ésta se movía entre los yuyos tratando de huir de los mordiscos. Los movimientos de su cuerpo eran rápidos y suaves. El objetivo era alejarse del círculo infernal, donde los ojos oscuros de las otras se abalanzaban sobre su cabeza.

Día 11

Le avisaron por teléfono que había fallecido. La noticia la sorprendió. No la esperaba y simplemente no la esperaba porque para ella ya había sucedido. En su mente infantil su ausencia había sido escenificada. Había dado una explicación: la muerte. En realidad, había vivido la sensación (como un fuerte deja vu) de que lo había invitado a tomar un café en su dpto. El veneno tardó en dar su efecto, pero los síntomas fueron exquisitos. Los ojos se llenaron de sangre y comenzó a no ver. La piel se estiró hasta parecer un globo con cara. Las manos tenían llagas purulentas y la gangrena se expandió por todo el cuerpo. Hacia el final la sangre surgió de cada hueco y la salpicó. Sangre pura. Ahora podía hacerse cargo de sí misma.

Día 10

4400 hormigas caminaban por las laderas del sur. Iban en columna, manteniendo su estructura de marcha, ya que debían llegar a las 0600 a la entrada de la fosa.
De repente, el cielo se nubló y comenzaron a apresurar el paso. Desesperadas, las más jóvenes rompieron fila para tratar de ubicar algún lugar para refugiarse; las veteranas siguieron el paso: si seguían el camino, había una posibilidad de salvarse.
La tierra empezó a temblar y el dios se presentó con toda su magnificencia. Trataron de no mirarlo, como una forma de no llamar su atención. Pero ahí estaba. Su pie descendió implacable y aplastó un regimiento. Cuerpos aplastados, miembros desparramados, pedazos de colas negras... Las bendecidas se desbocaron en una carrera frenética y terminaron exhaustas bajo tierra agradeciendo la bondad divina.

Día 9

Quería gritar su angustia, pero no podía. La garganta se le cerraba atenazaba por la bronca incontenible que ulceraba su laringe inflamada. La violencia no tenía dónde descargarse y se autoinmolaba todos los días al abrir los ojos y comprobar que su sangre no corría.

Día 8

Había tomado una decisión. Consideró que era el momento de alejarse de su amante sadomasoquista. Ya no quería que le cortase la piel con una gillette para lamer su sangre mientras se la metía ferozmente. No le gustaba que la montara por atrás y le sumergiera la cabeza en la bañera. Tampoco disfrutaba de clavarle el cuchillo en la nalga cuando ella estaba sobre él. Tenía miedo de que el acero se entusiasmara y penetrara órganos vitales y al ver la sangre bombear hacia fuera estallara en un orgasmo de rojos intensos.

Día 7

Noches. Sueños. Pesadillas. Océanos de sangre sumergidos entre cuerpos decapitados.

Día 6

Estuvo veinte años pensando en la oscuridad que cargaba en su interior. Durante ese tiempo había acumulado la sangre de sus víctimas dentro del cuerpo y quizás algún órgano en la heladera. Siempre quería más. Trataba de contener la ansiedad, pero sus colmillos comenzaban a surgir y no podía evitar la urgente necesidad que lo impelía.

Día 5

Tenía el poder para utilizar su palabra. Podía crear y también destruir. Lo primero resultaba tentador, pero la segunda posibilidad era absolutamente subyugante. Cerró los ojos y pensó. Buscaba el término perfecto. Cuando lo encontró, los volvió a abrir y sus labios comenzaron a moverse para enunciar la expresión sagrada.

Día 4

Se sentó en la vereda y esperó. El último tren estaba por llegar. Desde hacía cinco años que tenía está rutina y el tren jamás llegaba a horario. A veces de tan aburrido se apostaba a sí mismo. "Hoy tarda media hora". Y mientra TBA se vaciaba, él seguía en su eterna espera.

Día 3

La tercera mujer apareció bajo la luz mortecina de la calle. Respiró hondo y olfateó. Podía percibir el calor de su presa, el olor de su adrenalina sobre la piel. Con sigilo se acercó en la oscuridad, mientras escuchaba el jadeo después de la corrida. De repente, tiró del pelo hacia atrás e hizo dos tajos en la garganta descubierta.

Día 2

Se había pinchado el dedo con una espina y desde ese momento comenzó a adelgazar. Primero estaba feliz; por fin había llegado a su peso ideal. Cuando aparecieron las venas y los huesos definidos, se preocupó. Era como una pasa de uva; no había agua en su interior. Llegó incluso a no levantarse de la cama y la vida era un sueño completo.

Día 1

La chica llevaba puesto un pulóver rosa con unas calzas blancas. Se imaginó que la Pantera Rosa venía hacia él y se abalanzó sobre ella. Quería tocar esa piel rosa suave y delicada que lo contenía de la violencia de afuera; en dos segundos había vuelto a la niñez. Pero los gritos desaforados abofetearon sus oídos. No pudo controlar sus manos que amarraron el cuello de la gallina y lo quebraron.